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CULTURA POLÍTICA
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Es el conjunto de valores, creencias, orientaciones, actitudes, sentimientos, prácticas y tradiciones políticas de los integrantes de una sociedad que regulan y dan significado a la vida política y a la actividad del gobierno.
La cultura política tiene que ver con la dimensión psicológica y subjetiva de la vida política. Mediante la cultura política, los grupos e individuos ordenan, interpretan y se relacionan con el poder y las instituciones políticos. Funciona como el trasfondo de las relaciones políticas y el ambiente propio de la acción política. Se distingue de la ideología en que comprende una dimensión nacional, aunque reconoce la existencia de las subculturas políticas de los diversos grupos que coexisten dentro de esa cultura política nacional. Es distinta de las actitudes políticas porque no se refiere a pautas de acción coyunturales, sino consolidadas y arraigadas. Difiere del comportamiento político en que es la expresión cultural del mismo, no la conducta política objetiva.
El concepto de cultura política se funda en el supuesto de que los patrones culturales conforman y limitan a los sistemas políticos, y de que estos patrones tienen implicaciones en cuanto a su estabilidad, eficacia, permanencia, desarrollo y cambio, ya que su legitimidad se sustenta, en buena medida, en la manera como los gobernados perciben el poder político y reconocen a los gobernantes el derecho a ejercerlo. Sin embargo, las relaciones entre la cultura y el sistema político no son unidireccionales, fluyen en ambos sentidos, es decir, la cultura política es tanto una variable dependiente como independiente, es causa de una estructura y a la vez es causada por esta estructura.
Si bien, la cultura no es la única, si es una influencia muy importante en el comportamiento humano, es "más fuerte que la vida y más fuerte que la muerte", señala Leslie A. White: la gente puede morir de hambre a pesar de tener nutrientes a su disposición, y puede asesinar o suicidarse para borrar una mancha de deshonor; ambas situaciones expresan la poderosa influencia de la cultura en la vida y en la muerte del hombre..
De la misma manera, la cultura política puede determinar el valor que se le debe dar a algún problema público y cuál es la actuación valida de los ciudadanos, contribuye a fijar las reglas para las obligaciones de la función pública y establece los parámetros de comportamiento de los funcionarios del gobierno, de modo que refuerza el uso de medios democráticos o autoritarios, fortalece la honestidad o la venalidad en la función pública e inclusive define los límites y la dirección de la corrupción, si ésta existe. En este sentido es también una especie de "moralidad pública".
Al igual que la cultura en general, la cultura política es aprendida por medio de los valores y creencias que le son transmitidos a los miembros de una comunidad a través de sus instituciones, tales como la familia, la escuela, los partidos políticos o los medios de comunicación, particularmente los electrónicos, como la radio y la televisión. De ahí que el cambio de generaciones signifique una continua modificación a la cultura política en la medida que nuevos grupos de ciudadanos tienen diferentes experiencias en las cuales descansar.
La cultura política de un país está constituida por un conjunto de subculturas que frecuentemente se oponen entre sí, como resultado de la agregación de comunidades con historias y tradiciones diversas. Es semejante a una estructura geológica, señala Diamond, "conformada por depósitos sedimentarios de diferentes épocas históricas que se van acumulando".
En general, en casi todas las naciones existe la cultura política de las élites y la de las masas, al igual que subculturas que están conformadas por las distintas clases sociales, actividades ocupacionales, regiones, etnias o religiones y que manejan actitudes y valores diferentes respecto a la cultura política en general y en particular, hacia algunas instituciones y procesos políticos. Su influencia en los procesos políticos varía significativamente, pero predomina en la mayoría de las ocasiones la cultura de las élites por el importante papel que desempeñan al definir los temas del debate político, poseer los medios de comunicación masiva, arrastrar en una u otra dirección a la opinión pública y al tomar decisiones de gran importancia para la estructuración del sistema político.
Forman parte de la cultura política de una sociedad:
1) Las orientaciones básicas hacia los objetos políticos;
2) los conocimientos acerca del proceso político;
3) las ideologías y concepciones del mundo que forman parte del componente cognoscitivo a partir del cual los individuos evalúan la vida política;
4) las normas y valores que rigen dicho proceso;
5) los lenguajes, las imágenes y los símbolos políticos, y
las tradiciones, mitos y costumbres asociados a los fenómenos políticos.
Además, la cultura política comprende principalmente actitudes hacia la comunidad nacional (identidad nacional), el régimen (legitimidad) y las autoridades (legitimidad y efectividad); así como hacia la misma política (de participación, de sujeción o parroquial); hacia otros actores políticos (confianza, cooperación, hostilidad); y hacia las políticas gubernamentales (bienestar, seguridad y libertad).
Entre los temas más importantes que distinguen a las culturas políticas, se encuentran:
1) El grado de identidad nacional, regional o de grupo social.
2) El nivel de legitimidad del gobierno, así como su ejercicio adecuado.
3) La confianza o desconfianza en los políticos e instituciones políticas.
4) La preferencia por un sistema jerárquico o igualitario.
5) El énfasis en los beneficios de la libertad o en la necesidad de orden.
6) Los sentimientos acerca de la obligación de participar en la política o la falta de interés en la misma.
7) El tipo de actividad política sin significado y personalmente gratificante y efectiva.
8) Los deseos de sacrificar beneficios personales por el bien de la comunidad o el predominio de los intereses personales y familiares.
La cultura política es una fuerza poderosa para mantener la unidad nacional y contribuye a la estabilidad del gobierno, ya que sustenta la legitimidad de su poder y de los gobernantes para mandar, así como de la obediencia a que están obligados los ciudadanos. Cuando no existen principios y prácticas en los cuales todos estén de acuerdo más allá de las diferencias económicas, étnicas o religiosas, se tiende a la inestabilidad, a la violencia, al conflicto y en los casos extremos, a los movimientos revolucionarios y golpes militares.
a. Desarrollo del concepto
Desde Herodoto, se manifestó el interés por comprender las diferencias políticas entre culturas diversas, y desde que Platón señaló que "los gobiernos varían tanto como las disposiciones de los hombres varían", se ha tenido conciencia de la importancia de la cultura en la política. Hace más de doscientos años Herder acuñó el término cultura política para referirse a este hecho; el tema también ocupó a Montesquieu y a Rousseau, pero fué Tocqueville quien por primera vez realizó un estudio sistemático de la relación entre cultura y democracia, y concluyó que lo que hacía funcionar al sistema político norteamericano era una cultural concordante con la democracia..
A mediados del siglo pasado, la cultura política adquirió importancia dentro de las teorías del desarrollo. Así, en 1963, Almond y Verba (The Civic Culture) la entendieron como "el sistema de creencias empíricas, símbolos expresivos y valores, que definen la situación en la cual la acción política tiene lugar." Estas creencias, sentimientos y valores influyen significativamente en el comportamiento político y son producto de la socialización experimentada sobre todo en la edad adulta. Para que un sistema político opere normalmente debe existir cierta correspondencia entre sus estructuras políticas, y las percepciones y actitudes políticas de sus ciudadanos; de modo que para que funcione la democracia es necesario que la población comparta valores y actitudes democráticos que sostengan instituciones políticas también democráticas.
Asimismo, para Almond y Verba, la cultura política incluía los siguientes aspectos:
1) Cognitivo, es decir, la información y las creencias que posee un individuo en relación a los acontecimientos políticos basados en su observación y experiencia.
2) Afectivo, esto es, los sentimiento o emociones asociados o cómo la gente reacciona ante el fenómeno político.
3) Evaluativo, que es el conjunto de opiniones y juicios de valor que se tienen acerca de la vida política de la sociedad a la que se pertenece.
Con esta investigación, Almond y Verba iniciaron el primer estudio comparativo mediante encuestas por muestreo de la cultura política.
Desde sus orígenes, el concepto de cultura política fue criticado: se argumentó que la cultura política no producía la estructura política, sino que era un reflejo, más que un determinante del sistema político; para algunos implicaba una valoración positiva de la democracia liberal y sugería una concepción lineal del desarrollo de todas las culturas políticas hacia esa democracia, en tanto que para otros, fomentaba la estabilidad política general, no sólo la democrática; asimismo, se dijo que no atendía suficientemente a las subculturas políticas, especialmente la de las élites, que en los países subdesarrollados adquiere una gran importancia.
Además, el concepto de cultura política ha sido objetado porque "se puede utilizar para explicar todo lo que no puede ser explicado de otro modo". Asimismo, se le atribuye circularidad en la medida en que algunos análisis infieren el contenido de la cultura política del comportamiento político, para enseguida, explicar ese comportamiento por la cultura política subyacente.
También, el concepto ha sido tachado de conservador, si no de reaccionario, porque presupone la persistencia de culturas políticas que sólo representan la hegemonía de las clases dominantes y cuestiona la posibilidad de crear ipso facto al hombre nuevo que pretenden las revoluciones.
Desde la perspectiva contraria, las teorías de la decisión racional lo han criticado también porque consideran que la búsqueda del autointerés de la gente es más fuerte que sus propias predisposiciones culturales.
Señala Moynihan: "La verdad central conservadora es que es la cultura, no la política, la que determina el éxito de una sociedad. La verdad central liberal es que la política puede cambiar una cultura y salvarla de sí misma".
A partir de estas ideas, el concepto de cultura política se continúa enriqueciendo con nuevas aportaciones. Girvin (Contemporary Political Culture) considera que la cultura política puede analizarse en tres niveles:
1) Macro, que comprende símbolos, valores y creencias que definen una identidad colectiva y que frecuentemente resisten el cambio.
2) Meso, que corresponde a las "reglas del juego" en una comunidad política, sujetas al enfrentamiento y a la negociación.
3) Micro, que es el más dinámico y que incluye las luchas políticas diarias en las cuales se generan alianzas y movilizaciones, como los procesos electorales.
Según Bobes, la noción de cultura política también ofrece una perspectiva de análisis: "posibilita articular dentro del análisis de la política el plano micro (subjetivo, psicológico e individual) con el plano macro (normativo y social). Se trata, por consiguiente, de un concepto más amplio que el de conducta o comportamiento político (en la medida que incluye normas, valores, tradiciones, etc.), pero más restringido que el de opinión pública, ya que su referente es estrictamente político".
Para Lechner (Cultura Política y Gobernabilidad Democrática), el concepto de cultura política debe ser revisado, pues el concepto de política se ha transformado como consecuencia de que la política ha dejado de ser la instancia máxima de coordinación y regulación social: "la política deja de tener el control del manejo de los procesos económicos, del ordenamiento jurídico, etcétera. En la medida en que la economía, el derecho y demás campos de la vida social adquieren autonomía, orientándose por racionalidades específicas, la política deviene un
subsistema más".
Echegollen (Cultura e Imaginarios Políticos en América Latina) propone "deconstruir" la tradición de la cultura cívica mediante "la ampliación cualitativa de la noción de cultura política en términos de imaginarios políticos y procesos de estructuración", para abrir nuevas líneas y estrategias de investigación.
Obviamente, no existe un acuerdo acerca del concepto de cultura política. Según Jacqueline Peschard la cultura política es un concepto polisémico, pero impreciso que designa "fenómenos con varios grados de intensidad y que van desde opiniones y actitudes políticas que son claramente observables, hasta el entramado profundo de los valores y las representaciones colectivas que son subyacentes"... De cualquier manera, las explicaciones culturales pueden ayudar a entender cómo se reacciona ante los sucesos políticos, además de que el análisis de las subculturas es útil para comprender las tensiones y las divisiones dentro de una sociedad en particular.
La "tercera ola democrática", el derrumbamiento de la Unión Soviética y las diferencias entre los patrones de desarrollo de los países del Tercer mundo, han reavivado el interés en la relación entre la cultura y la política.
Hoy en las sociedades en transición hacia la democracia, ha renacido la preocupación por la cultura política ante la posibilidad de que los patrones culturales autoritarios persistentes se conviertan en serios obstáculos para la formación y desarrollo de nuevas instituciones y prácticas democráticas.
b, Cultura política y democracia
En el pasado se consideró que la democracia era adecuada sólo para países del norte y centro de Europa, así como para aquellos en que se habían ramificado mediante sus colonias; que una cultura profundamente antidemocrática podía impedir la diseminación de valores democráticos y la legitimación y funcionamiento de las instituciones democráticas. Se pensaba que los países católicos, islámicos y confucionistas que carecían de la cultura occidental, única que proveía una base adecuada para el desarrollo de la democracia, no podían aspirar a ella. Lo cierto es que cualquier cultura tiene algunos elementos que son compatibles con la democracia, de la misma manera que el protestantismo tiene también elementos claramente no democráticos.
El problema es cómo y bajo que circunstancias los elementos no democráticos pueden ser suplantados por los democráticos, ya que toda cultura es dinámica: los valores, las creencias y las actitudes dominantes en una sociedad cambian, y aunque conservan elementos de continuidad, difieren aun de una generación a otra.
Para Inglehart (Culture Matters) el desarrollo económico produce dos tipos de cambios que conducen a la democracia: 1) transforma la estructura social (urbanización, educación masiva, especialización ocupacional, organización social, etc.) de modo que se moviliza la participación de las masas en la política; y 2) conduce a cambios culturales que ayudan a estabilizar a la democracia (confianza interpersonal, tolerancia, valores de autoexpresión y de participación en la toma de decisiones, mayor bienestar que dota de legitimidad al régimen y lo sostiene en tiempos difíciles, etc.) Surgen así, condiciones sociales y culturales bajo las cuales la democracia tiene más probabilidades de emerger y sobrevivir.
Según Huntington (The Third Wave) la cultura evoluciona y en esta evolución el factor más importante de cambio es el propio desarrollo económico. Más que la cultura, "la pobreza es probablemente el principal obstáculo para la expansión de la democracia. El futuro de la democracia depende del futuro del desarrollo económico. Los obstáculos al desarrollo económico son obstáculos a la expansión de la democracia... (Pero si bien) el desarrollo económico hace posible a la democracia, el liderazgo político lo hace real...las élites políticas...tienen que creer mínimamente que la democracia es la menos mala de las formas de gobierno para sus sociedades y para ellas mismas"...así como poseer las habilidades para implantarla y conservarla..."la historia no se mueve hacia delante en línea recta, sino cuando líderes diestros y determinados la empujan hacia delante".
En resumen, la cultura es una influencia principal, aunque no única, en el comportamiento social, político y económico; que como señala Harrison (Culture Matters), tiene que ver con el éxito o el fracaso de los esfuerzos por lograr el desarrollo económico y la democratización política. A largo plazo, la sobrevivencia de la democracia depende de los valores y creencias del ciudadano común.
Porque como expresa Harrison "la cultura importa", en el simposio Valores Culturales y Progreso Humano celebrado en Cambridge en 1999, se acordó una agenda de investigación que entre otros elementos pretende establecer cuáles valores y actitudes influyen positiva y negativamente en la evolución de las instituciones políticas democráticas; si las instituciones democráticas pueden consolidarse y el desarrollo económico y la justicia social sostenerse a pesar de que los valores y actitudes tradicionales no cambien significativamente; en qué medida las políticas y las instituciones reflejan valores y actitudes; qué sucede cuando los valores y las actitudes no concuerdan con las políticas y las instituciones; en qué grado las políticas y las instituciones pueden cambiar valores y actitudes; y qué papel debe jugar el gobierno en el cambio de valores y actitudes.
c. La cultura política en México
En México, la exclusión, el autoritarismo y el centralismo han caracterizado nuestra cultura política. La colonia creó una sociedad "fractal", resultado de la yuxtaposición de vencedores y vencidos, cuya heterogeneidad "caleidoscópica" la hacía inestable, caótica y llena de sincretismos.
En este contexto, se inició la "participación por abstención" de la mayor parte del pueblo al establecer una gran distancia entre gobernantes y gobernados, en la cual, éstos sólo se relacionaban con la clase gobernante mediante padrinos o contactos, palancas e intermediarios, que funcionaban como un mecanismo de exclusión y discriminación.
La exclusión histórica de grandes sectores convirtió a la política en una cuestión que sólo atañía a la cúspide de la sociedad, como lo expresó el Virrey de Croix en su momento, e hizo objeto de la manipulación a la gran mayoría del pueblo. De aquí se ha derivado, como lo señala Corneluis, una escasa identidad nacional y una débil legitimidad de las instituciones; que nuestra cultura no aliente la participación directa, plena, igualitaria y democrática; y que buena parte de los ciudadanos no se sienta capaz de influir en las leyes y políticas gubernamentales y sólo un poco en aquellas que directamente afectan su situación particular.
Con la colonia se implantó también el autoritarismo mediante el sistema de castas. El caciquismo rural primero, y urbano después, se convirtió en la expresión más acabada de un liderazgo político autoritario que no sólo comprendió la toma de decisiones y las estructuras políticas, sino incluyó las actitudes y conductas.
El pueblo respondió al autoritarismo con desconfianza e individualismo, y aun con una actitud cínica hacia la confianza interpersonal, el gobierno y sus funcionarios, así como hacia la acción cooperativa y colectiva. De este modo, se generó también la cultura de la sumisión del joven al viejo, de la mujer al hombre, del pobre al rico, del indio al mestizo, y del mestizo al extranjero.
De muchas maneras, el autoritarismo subyace en algunas de nuestras instituciones sociales, legitima la "mano dura", presiona hacia la sumisión, y condena como traición a la patria toda disidencia. Asimismo, estimula una baja estima de la eficacia personal en la acción política y un gran sentido de dependencia del gobierno para mejorar las condiciones de vida (providencialismo).
El centralismo fue también un medio para mantener el carácter excluyente y autoritario de la sociedad colonial y dio origen al afán de uniformar, aunque sea formalmente, un país caracterizado por su diversidad étnica, social, cultural y geográfica.
Comenzó así, la incongruencia entre la cultura política dominante y el sistema político, la existencia de dos culturas: la oficial en la que todos están de acuerdo con la democracia y la real, no democrática.
La Independencia y la Reforma plantearon la modernización nacional, frente a las corporaciones y los caudillos, al patrimonialismo y al clientelismo, a la injusticia y a la corrupción; pero sólo fueron capaces de crear el ciudadano imaginario al que hace referencia Escalante, (Ciudadanos Imaginarios) y que en el siglo XIX, encarnaba las virtudes cívicas anheladas, en tanto que, más allá de las formas, prevalecían las prácticas políticas más primitivas y tradicionales.
La gran transformación de la sociedad mexicana generada por la Revolución Mexicana no fue suficiente para abatir estos elementos culturales persistentes; de algún modo siguieron presentes lo mismo en la familia que en el ideal de gobierno fuerte, duro y centralista, que hoy todavía se argumenta contra el "desorden e inestabilidad" que se supone traerá la democracia plena; se manifiestan también en la aversión a la política y en el afán sistemático por despolitizar el debate de las grandes cuestiones nacionales.
Fueron estas características las que hicieron que Almond y Verba consideraran a la cultura política mexicana predominante como de "súbdito", dadas la desconfianza en los demás y la baja eficacia política que no alentaban la participación ciudadana, pero que resultaban adecuadas al sistema autoritario prevaleciente a mediados del pasado siglo XX.
A estos rasgos de nuestra cultura política, algunos añaden el personalismo, el clientelismo, el particularismo, el elitismo, el machismo y el militarismo que caracteriza a la cultura política latinoamericana y que obstaculizan la vigencia de un Estado de Derecho, de un orden constitucional y democrático.
A pesar de los procesos de democratización que han tratado de superar estas tendencias, en alguna medida nuestra cultura nacional y política parecen haber permanecido al margen de los cambios estructurales de la sociedad mexicana, detenidas en su evolución quizás por lo que Meyer llama "adopción selectiva de los ingredientes de la modernización", que resulta de nuestra resistencia a asumir todas las consecuencias del cambio, sobre todo las que desaparecerían beneficios de grupo o clase que en realidad se fundan en el atraso general.
En contraste, según Julieta Guevara, la cultura democrática se sustenta en la dignidad e igualdad humanas, en la conciencia de que el hombre tiene necesidad de la cooperación social para poder alcanzar su plenitud, y en la confianza en la razón, no en la fuerza, como el mejor medio para resolver los conflictos. A partir de estos valores fundamentales, se deriva la democracia como una forma de convivencia, que otorga el mismo valor a todos, y por lo tanto, igual respeto y oportunidades para buscar su propio desarrollo. Por eso, para algunos pensadores, como Octavio Paz, la democracia es esencialmente una cuestión de cultura, un estado de la mente, una actitud ante la vida, un comportamiento en relación con los demás.
De igual modo, para Lipset la democracia requiere del apoyo de una cultura: la aceptación por la ciudadanía y por las élites de los principios de libertad de expresión, de prensa, de reunión, de religión; de los derechos de los partidos de oposición, del imperio de la ley, de los derechos humanos y demás principios similares.
En suma, México todavía está lejos de alcanzar una cultura política que acepte, promueva y preserve la democracia, y más lejos aún de llegar al modelo ideado por Verba de democracia estable: la cultura cívica, "en la cual hay un consenso sustancial en la legitimidad de las instituciones políticas y en la dirección y contenido de la política gubernamental, una amplia tolerancia de la pluralidad de intereses y creencia en la posibilidad de su reconciliación, así como un sentido compartido de competencia política y de confianza mutua entre la ciudadanía".
A pesar que toda cultura política tiende a reforzarse, en México, sobre todo a partir de 1988, ésta se modifica lentamente con la mayor competencia electoral, la participación popular más activa y la alternancia del partido en el poder. Existen cambios importantes, pero también persisten rasgos tradicionales. Para que esta alternancia en el gobierno, resultado de las elecciones del 2000, constituya un avance real hacia la democracia, es necesaria la transformación de los patrones culturales.
Aun si se alcanzaran mayores niveles de desarrollo económico en el futuro inmediato, este desarrollo por sí solo no conducirá hacia una mayor democracia, se requiere que al avance económico logrado correspondan nuevas estructuras políticas, así como nuevos valores y actitudes políticos de la población.
Es por eso que han surgido propuestas para promover deliberadamente el cambio de la cultura política, ya sea mediante incentivos que estimulen actitudes y comportamientos democráticos (por ejemplo, la lucha real contra los privilegios y la impunidad, esto es, la instauración del estado de derecho, que haga realidad la aplicación estricta y para todos de las leyes) o bien, por medio de alentar una socialización política democrática, ya sea con nuevos programas de educación cívica o campañas permanentes de difusión de la cultura democrática, entre otras medidas sugeridas por diversos autores.
En este sentido, cobra singular importancia el papel de los medios masivos, especialmente los electrónicos (radio y televisión), en la generación de las nuevas percepciones y actitudes que puedan ir conformando los nuevos patrones culturales democráticos que destierren definitivamente las posibilidades de nuevos gobiernos autoritarios.
c. Cultura política y elecciones
Durante las elecciones, la cultura política subyacente aflora en el comportamiento de los candidatos y de los electores, en los contenidos y en el modo en que se desarrolla la contienda electoral, así como en los medios considerados válidos para hacer campaña. Aflora también en la actitud de los gobernantes, de los líderes y cuadros partidistas, de los funcionarios electorales, y desde luego, en la manera en que la prensa da cuenta de partidos, candidatos, campañas y elecciones.
En particular, el estudio de la cultura política mediante estadísticas, encuestas y grupos de enfoque, permite rastrear los factores socioeconómicos que subyacen en el voto, identificar las bases sociales de los partidos y determinar la naturaleza de los mensajes e imágenes que pueden ser más aceptables y efectivos para la persuasión electoral de los diversos grupos, más allá de los factores sociodemográficos y económicos, así como la efectividad y consecuencias que puede llegar a tener la propaganda y la campaña negativa en contra de algunos de los opositores.
A su vez, la manera como se desarrolla el proceso electoral y la cobertura que hace la prensa del mismo, las estrategias de campaña que adoptan los partidos y candidatos, la propaganda que difunden por los medios de comunicación masiva, la forma en que tiene lugar la votación y los medios usados para defender los votos, van conformando también la cultura política. |
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