Se presentan principalmente en elecciones locales cuando existe un candidato que compite por un cargo público sin indicar oficialmente su afiliación de partido. Por ejemplo, jueces locales y estatales, oficiales municipales o miembros de juntas escolares.
A principio de este siglo, en Estados Unidos, las fuerzas progresistas intentaron poner freno a la corrupción por medio de hacer un lado las elecciones partidistas para introducir algunas reformas no partidistas en el gobierno local.
Al contrario a lo que muchos imaginaron, el enfoque no partidista no ha despolitizado los procesos electorales y ha provocado otros fenómenos. Aún y cuando se habla de no partidismo, los partidos políticos siguen dominando la escena. Los partidos se identifican con los candidatos de manera oculta, los financian e influyen en la elección. Los grupos y coaliciones que promueven a los candidatos no partidistas ahora cumplen la función de un partido y con frecuencia buscan alianzas con los partidos nacionales.
Las desventajas principales de las elecciones no partidistas son: provocan poca concurrencia en las votaciones porque los partidos no hallan estímulos para convocar a la población a votar; las coaliciones no partidistas restan simpatizantes a los partidos políticos como consecuencia de su pérdida de popularidad; ante la ausencia de estímulos de los partidos, el no partidismo favorece la elección de una élite de clase media superior porque con mucha probabilidad la gente de nivel socioeconómico más alto será la que asista a votar y lo hará por gente con la que se identifique por su mismo estrato.
La única ventaja de las elecciones no partidistas es que reducen el impacto de los asuntos partidistas estatales y nacionales en las elecciones locales. Por eso, hay países en donde algunos puestos de elección popular, en ámbitos locales y comunitarios, se excluyen de la lucha partidista para garantizar objetividad y mayor atención a las demandas ciudadanas concretas.
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