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PARTIDOS CATÓLICOS

Son partidos políticos burgueses que reúnen en sus filas, además de representantes de la gran burguesía y la clase media, a sectores más o menos amplios de trabajadores católicos. Son fuertes, en particular, en los países donde el catolicismo ejerce la mayor influencia (Italia, Bélgica, algunos países de América Latina).
Estos partidos, como la democracia cristiana en Italia, reconocen una relación más o menos formal entre sus principios partidistas y los de la religión católica. Los partidos seculares no reconocen esa relación.
Los partidos católicos pretenden a representar a todos los grupos de creyentes, independientemente de su situación social, pero expresan en primer lugar, los intereses de las clases pudientes. Su influencia sobre los creyentes se basa en las tradiciones católicas y las concepciones demagógicas de "extraclasismo", "paz entre las clases" y "justicia social". En el seno de algunos partidos católicos existen grupos radicales que aspiran a la aplicación de las transformaciones. Por lo común, los partidos católicos gozan del apoyo del Vaticano.

Se origina en una situación en la cual los grupos de interés asumen las contraposiciones de clase y los intereses divergentes, de modo que los partidos se ven liberados de los conflictos inmediatos y se independizan de la voluntad de los electores.

Julieta Guevara considera que "la partidocracia es una forma evolutiva de la democracia que anula sus características esenciales y que se origina en las tendencias oligárquicas que todas las organizaciones, entre ellas los propios partidos políticos, desencadenan en su búsqueda de disciplina interna, necesaria para el cumplimiento de sus objetivos".

Sus instrumentos son el financiamiento público y las prerrogativas de los partidos que refuerzan su burocratización, así como la atribución de cargos en amplios sectores de la sociedad con base en criterios predominantemente de afiliación partidista, por encima de los criterios de competencia y profesionalidad.

En la partidocracia las decisiones ya no las toman los parlamentarios sino los dirigentes de los partidos en detrimento de los órganos legislativos y al margen de todo control institucional.

Esta función legislativa extraparlamentaria provoca la transformación del poder legislativo:

a) Los representantes independientes desaparecen, lo mismo que los partidos pequeños en beneficio de los más poderosos, con lo cual se disminuye la representatividad parlamentaria.

b) La designación de los candidatos se hace con criterios y razones ajenos a los intereses de los electores conforme a una estrategia general de los partidos, o a los intereses de sus dirigentes, y este alejamiento del electorado reduce también la representatividad de los órganos parlamentarios.

c) La clase política se depauperiza en beneficio de los líderes partidistas efectivos y potenciales, porque las candidaturas ya no pueden reclutarse de entre las grandes personalidades sino entre los fieles ejecutores de las consignas del partido, a los cuales lo que se les pide no es capacidad creadora sino disciplina, no energía sino ductibilidad. Los hombres se vuelven intercambiables e ideológicamente estandarizados. Ya no se vota por los candidatos sino por los partidos. La política se burocratiza.

d) Mientras la democracia supone que mediante la confrontación de información y argumentaciones contradictorias en el debate parlamentario se puede llegar a la verdad, a la razón y al convencimiento, en la partidocracia el legislador se deshumaniza: no tiene que razonar porque vota por consigna partidista, aun en contra de su propio criterio y de su conciencia; es incapaz de mantenerse a la altura de la tradicional exigencia moral de tomar libremente sus decisiones y de adoptar actitudes discrepantes respecto de los partidos y de las fracciones; ya no es más un parlamentario sino un portavoz, que de ser cabeza pensante pasa a ser un voto a la hora de los escrutinios; su obligación fundamental se reduce a ocupar su escaño en el momento de la votación.

Así, las oligarquías partidistas llegan a asumir la soberanía efectiva y vacían de todo poder real y efectivo a los parlamentos. Institucionalmente, más que separación, se tiende a la confusión de poderes, pues todos dependen de la partidocracia.

En suma, la democracia degenera en el poder extraparlamentario de los partidos que oscila entre la dictadura de un partido o de una coalición de partidos y la desintegración del Estado.

Sartori utiliza el término partitocracia, en lugar de partidocracia y distingue tres tipos de significados del mismo:

a) Partitocracia electoral: el poder del partido de imponer al electorado que lo vota el candidato preelegido por el partido.

b) partitocracia disciplinaria: el poder de imponer al propio grupo parlamentario una disciplina de partido, y más exactamente, un comportamiento de voto que no es decidido por el propio grupo parlamentario, sino por la dirección del partido.

c) Partitocracia literal o integral: la fagocitación partidista del personal parlamentario: una representación que se afirma en primera instancia en la vida civil es sustituida por una representación de extracción estrictamente partidista-sindical, burocrática o de aparato.


Contrarrestar las tendencias partidocráticas debe ser una tarea permanente, si se desea "mantener democráticas a las democracias".

El primer remedio contra la partidocracia es la existencia de partidos democráticos. Ninguna democracia puede existir si sus partidos principales no son democráticos. Los partidos deben siempre estar dispuestos a ser una fracción del todo, un punto de vista de la sociedad, una opción de poder frente a varias. Tampoco han de aspirar al monopolio de las elecciones, sino permitir las candidaturas independientes sobre todo a nivel de las localidades. En lo interno, la selección, renovación y nominación democrática de sus dirigentes y candidatos, así como la democratización del financiamiento, parecen prevenir las tendencias hacia la partidocracia.

Hay también quienes consideran que la implantación del escrutinio secreto en la práctica parlamentaria podría constituir un freno a las tendencias oligárquicas de los partidos.

Otros ven en la despolitización de la administración pública mediante su profesionalización o establecimiento de un sistema de mérito, un medio de luchar contra la confusión de poderes provocada por la partidocracia, e inclusive llegan a proponer la reivindicación de la administración local para los propios ciudadanos sustrayéndola de la ingerencia de los partidos.

Otros remedios contra la partidocracia son aumentar la incompatibilidad de los cargos o la renovación y rotación periódica de los mismos; la circulación del personal político; la creación de una carrera parlamentaria con límites temporales; la competencia renovada entre los partidos; la alternancia en el poder y, desde luego, el fortalecimiento de la sociedad civil.