Sistema político ateniense creado por Clístenes en el año 510 a.C. cuya esencia consiste en que todos los polites, miembros plenos de la polis, participen en todos los asuntos públicos. Herodoto, alrededor del 450 a. C., definió a esa forma de gobierno como democracia. Clístenes es llamado el padre de la democracia
La tiranía fue el sistema que imperó en la historia griega entre 700 y 500 a. C. Ese periodo es llamado la Edad de los Tiranos y se cierra con Clístenes al establecer éste el nuevo sistema político.
En 683 a. C. Atenas era gobernada por un cuerpo de nueve hombres, elegidos cada año de entre los nobles. Uno de ellos era el arconte, el gobernante; otro, el polemarca, que tenía el mando del ejercito. Los nobles poseían el dominio completo del Aerópago, consejo que actuaba como tribunal supremo en cuestiones políticas, religiosas y legales. El principal problema era la enorme desigualdad social; los historiadores afirman que Atenas era "acribillada por las desigualdades". A 160 kilómetros de ahí estaba Esparta "la ciudad de los iguales" que era considerada poderosa, estable y justa. Era la aspiración de las grandes masas de atenienses.
En Esparta, la ekklesía, asamblea, se reunía periódicamente y emitía juicios sobre todos los asuntos importantes. Los polites, eran los que habían prestado su servicio militar o lo estaban prestando, que tuvieran un lote de tierra y esclavos para trabajarla, si no los tenían el Estado se los proporcionaba, y que obedecieran las leyes. Estos polites o ciudadanos eran denominados homoioi, iguales. La igualdad espartana era el disfrute de un mínimo básico de bienes y servicios más que una distribución equitativa de la riqueza.
En 621 a. C., Dracón estableció el primer código legal de Atenas; era muy estricto y favorable a los oligarcas. El acreedor podía apoderarse del deudor y esclavizarlo si éste no pagaba su deuda. Se estableció la pena de muerte para una serie de delitos contra la propiedad. Por supuesto, esas leyes aumentaron la cantidad de agricultores esclavizados y la situación política se hizo muy inestable.
En 594 a.C. Solón fue nombrado Arconte y recibió la tarea de revisar las leyes. El problema era ofrecer una igualdad de tipo espartano que satisficiera a los atenienses y causara las menores reacciones posibles de parte de los oligarcas. Se reformó el sistema: los que tenían el poder conservaron sus propiedades, gran parte de su posición social y lo más importante, sus vidas; al pueblo se le dio igualdad que produjo dignidad. Se cancelaron las deudas: "borrón y cuenta nueva"; se acabó la práctica de esclavizar por deudas; los que habían sido vendidos fueron repatriados a expensas del Estado; la pena de muerte sólo persistió para los homicidas; se crearon los tribunales populares y la Asamblea cuyos miembros provendrían de todos los estratos sociales, elaboraría las leyes. La Asamblea adquirió autoridad y se puso por encima del Aerópago. El arcontado, el cargo político y militar más importante estaba restringido sólo a los eupátridas, los bien nacidos, es decir a los miembros de la aristocracia; Solón estableció que la entrada se haría por la riqueza territorial, no por el nacimiento.
La reacción fue enconada; la nobleza apoyó a Pisístrato para que instaurara otra vez la tiranía; éste ofreció al pueblo mantener las reformas de Solón. Gobernó como autócrata hasta el 527 a. C.. Después de su muerte, sus dos hijos, Hipías e Hiparco, le sucedieron y gobernaron juntos. En 514 a. C. hubo una conspiración contra ambos, lograron matar a Hiparco. Hipías tomó venganza e inició un reinado de terror.
En esos años, Esparta imperaba en todo el Peloponeso y había establecido oligarquías en cada ciudad de la región y estaba dispuesta a hacerlo en Atenas. En 510 a. C. el rey espartano Cleómenes I, llamado por los oligarcas atenienses, derrotó a Hipías y lo envió al exilio, y exigió que Atenas fuera aliada de Esparta y se gobernara como ellos.
Clístenes encabezó la defensa de Atenas, sumó al pueblo y le ofreció, sobre la base de lo hecho por Solón, participación en todo, de conformidad a una nueva estructura política. Una enorme energía social se generó para bien de los asuntos públicos y la confianza en el nuevo sistema impregnó a todos los atenienses.
La esencia del nuevo sistema consistía en que cada demos, controlaría sus propios asuntos al margen de la aristocracia local; elegiría a su alcalde y concejo, y se autogobernaría. Para los asuntos que afectaban al Estado, los demos fueron agrupados en bloques geográficos mayores más o menos coherentes y, a partir de ellos, se formaron diez tribus; en la cúspide de la organización estaba la Asamblea con cincuenta miembros por tribu, sirviendo cada uno de los contingentes de comisión permanente del pleno durante una décima parte del año.
En 500 a.C. las ciudades griegas de Asia Menor se contagiaron del espíritu ateniense, depusieron a sus tiranos y empezaron una lucha abierta contra los persas, que personificaban la tiranía. Atenas decidió ayudarlos. Hipías, por su parte, pidió ayuda a los persas para restablecer su tiranía.
En 494 a. C. los persas aplastaron a los rebeldes de Asia y en 490 desembarcaron en Maratón con Hipías a la cabeza. El 12 de septiembre tuvo lugar la batalla; ganaron los atenienses; según el informe militar, los atenienses perdieron 192 hombres y los persas, 6400.
La batalla de Maratón fue divulgada como el triunfo del nuevo sistema sobre la tiranía personificada tanto en Hipías como en Darío. El sistema ateniense fue visto como superior al espartano y a todos los demás. Clístenes propagó que la actitud de los atenienses había cambiado gracias a las nuevas formas de gobierno; se luchaba por lo propio, por el demos y por lo griego, y no como antes por los intereses de los oligarcas. Aristóteles diría después que la victoria de Maratón produjo la confianza política en los atenienses.
Después de Maratón, Atenas dio nuevos pasos en su sistema político. Los cargos eran ocupados por sorteo, de modo que todos tenían posibilidad de ocuparlos. Se redujo el poder del arconte y del polemarca y se dio suprema autoridad a la Asamblea. La única institución política que quedó en manos de los aristócratas fue el Aerópago.
Clístenes había concebido para impedir el restablecimiento de la tiranía y proteger al nuevo sistema, un voto especial. Una vez al año los polites se reunían en la plaza pública provistos de un pequeño tepalcate, donde se escribía el nombre de cualquier individuo que se juzgare peligroso para el nuevo sistema. Si había más de seis mil votos, se exiliaba aquél que tuviera el mayor número. El exiliado no era deshonrado ni perdía sus propiedades; después de diez años podía retornar y continuar su vida normal. En griego tepalcate se dice ostrakon, por lo que el voto del destierro se denomina ostracismo. Este sistema se hizo famoso, cuando la disputa entre Arístides y Temístocles sobre la forma de defender a Atenas de la invasión de Jerjes no parecía tener salida. El primero decía que había que amurallar Atenas y el segundo era partidario de crear una flota. Se convocó a una votación de ostracismo; Arístides perdió y fue enviado al exilio; y, se construyó la flota. Según los historiadores, el ostracismo salvó a Atenas.
Jerjes invadió en el 480 a. C. a las ciudades griegas para vengarse de Maratón. La batalla decisiva se dio en el mar; el 20 de septiembre de 480 a. C. la flota persa fue destruida y el nuevo sistema político creció en prestigio.
Herodoto (490 - 424 a. C.) elabora la primera definición de democracia en el libro tercero de los Nueve libros de la Historia, capítulo LXXX: "Un estado democrático, además de llevar en su mismo nombre de isonomía la justicia igual para todos y con ella la mayor recomendación, no da prácticamente en ninguno de los vicios y desórdenes de un monarca; permite a la suerte la elección de los empleos; pide después a los magistrados cuenta y razón de su gobierno; admite a todos los polites en la deliberación y resolución de los negocios públicos". Y en el capítulo LXXXIII, consigna que en una "democracia ni se manda como soberano; ni se obedece como súbdito".
Hasta el siglo V a. C. la humanidad sólo conocía dos formas de gobierno: las monocracias en donde uno manda y todos los demás obedecen; y las oligocracias donde varios mandan y los demás obedecen. Los atenienses con Clístenes inventaron el nuevo sistema: todos mandan y todos obedecen. La nueva formula constituyó una revolución política profunda. Se la define como el sistema político donde los gobernantes son los gobernados; donde los gobernados son gobernantes; y, donde el gobernador siempre es gobernado. Es un sistema de gobierno que proclama la identificación total entre gobernantes y gobernados.
Desde que Clístenes la instituyó y Herodoto la bautizó, el término ha sido controvertible y multirreferencial. Se ha discutido a lo largo de 2500 años, cuáles son las condiciones necesarias y suficientes para hablar con propiedad de un régimen o sistema democrático. La mayoría de los autores concuerdan que seis son las condiciones necesarias y suficientes, sin las cuales no es posible hablar con propiedad de democracia.
La primera es la igualdad. Todos los hombres deben ser considerados como miembros de una misma comunidad moral, e inicialmente dotados de los mismos derechos y obligaciones fundamentales. Lo que los atenienses denominaban isonomía: la igualdad ante la ley; pero añadieron la iseguría: la igualdad ante la política; y tomaron de los espartanos la aspiración a ser homoioi, iguales en la posesión o disfrute de bienes y servicios, por lo menos a partir de una plataforma mínima.
De esta primera condición se adjudican tres calificativos al término democracia. La democracia política como conjugadora de la isonomía e iseguría; la democracia social como igualdad de rango, estimación y prestigio sociales, es decir igual trato y respeto para todos los hombres; por lo tanto, se desconocen los títulos nobiliarios, las distinciones por nacimiento, raza, ocupación, edad, abolengo, rango, cualidades, patrimonio, religión, lengua o situación económica. El ethos de la democracia social consiste en igual trato e igual respeto para todos los hombres. La democracia económica alude a la distribución equitativa de la riqueza o por lo menos al disfrute de un mínimo de bienestar y a la nivelación de las oportunidades económicas.
A partir de esta última concepción se creó después de la Segunda Guerra Mundial el término de democracia popular para definir a los regímenes que entraron en la vía del socialismo: "régimen político de los países que se basan en el poder de las masas populares, encabezadas por la clase obrera, consistente en la eliminación gradual de los elementos capitalistas de la vida social" Y a partir de la democracia popular se desprende el término democracia socialista: "como una forma de la dictadura del proletariado cuya esencia consiste en unificar la democracia socioeconómica, cuya base constituye la nacionalización de los medios de producción y la economía planificada con el verdadero poder del pueblo, realizado mediante un sistema de autogestión y órganos representativos"
Por lo tanto, la democracia es lucha por la igualdad. La democracia nació porque Atenas estaba "acribillada por la desigualdad". Quienes privilegian la lucha por la igualdad frente a las demás condiciones de la democracia, han sido considerados de izquierda, marxistas, comunistas, socialistas, socialdemócratas. La crítica fundamental es que en aras de la igualdad sacrifican la libertad, el respeto a la persona y a los derechos humanos. Obviamente para cada realidad democrática hay tonalidades de grises.
La segunda condición es la libertad. Una democracia produce libertad cuando las relaciones de sus miembros no están determinadas por la arbitrariedad y anarquía, sino por leyes rigurosamente universalizables; la libertad debe producir un estado de derecho conforme al concepto racional de lo justo: en una reciprocidad de restricciones y, al mismo tiempo, en la garantía contra la arbitrariedad que puede suponer la acción de cada quien. De esto se desprende que no puede haber privilegios -leyes privadas para grupos especiales- la universalidad es requisito sine qua non de la libertad. Esta no consiste en la minimización de restricciones y la maximización de espacios libres, sino en la igualdad y reciprocidad de las restricciones y en la garantía de libre arbitrio. Por consiguiente, es libre un sistema de derechos como potestaciones: derecho a la vida, a la propiedad privada, a la libertad de expresión, a la libertad de tránsito… y de deberes complementarios, enunciados en forma de interdicciones: prohibición de agresiones, asesinatos, robo, fraudes, etc. La maximización de los espacios libres es una consecuencia necesaria, pues la restricción legal sólo es legítima cuando se trata de impedir los obstáculos a la libertad de los demás. De esta condición surge la democracia liberal que pone el acento en la libertad. La democracia liberal surge en Inglaterra a fines del siglo XVIII sobre la base del individualismo (Veáse J. Bentham) y su preocupación central reside en el control del poder estatal, con el fin de que no pueda actuar contra las garantías individuales y sobre todo contra la propiedad. Su meta es el mínimo de restricciones y el máximo de espacio para el actuar, de lo que se desprende la concepción de un Estado mínimo que "laissez faire" y, sólo con función de gendarme y como "in primis garantista". Este tipo de democracia se ha vuelto sinónimo de liberalismo.
El liberalismo proclama que todos los hombres son iguales y libres; que la libre competencia es la generadora del progreso, que no debe haber restricciones al ejercicio de las libertades, que el derecho a la propiedad es sagrado, que las garantías individuales están por encima de las garantías sociales, que el Estado es para el individuo, que la desigualdad es un problema individual no social. A la democracia liberal se la identificó con las democracias occidentales y con el "mundo libre". Quienes privilegian la lucha por la libertad frente a las demás condiciones de la democracia, han sido considerados de derecha, liberales o conservadores.
Estas dos condiciones de la democracia: igualdad y libertad se convirtieron en ideologías políticas. Así, el Occidente era el mundo libre; el Oriente, el mundo del comunismo: del igualitarismo. Los dos mundos se proclamaron democráticos: democracia liberal; democracia popular. En 1789 la Revolución Francesa no había hecho distingos ni había privilegiado ninguno de los dos, su lema: libertad, igualdad y fraternidad señalaba claramente que no podía haber contradicción entre igualdad y libertad, que el término unificador era la fraternidad que se operacionalizaba en el respeto a la libertad del otro y en la solidaridad con la desventaja del otro. Francia regaló a Nueva York la estatua de la libertad que es el símbolo del liberalismo; pero no le regaló a Petrogrado la estatua de la igualdad; ni colocó en Marsella la estatua de la fraternidad.
Durante los 200 años que van de la toma de la Bastilla en 1789 a la caída del Muro de Berlín en 1989 se produce la enconada polémica entre ideologías y sistemas que proclaman que la democracia significa primero libertad y luego igualdad o viceversa. Los sucesos de 1989 llevaron a Francis Fukuyama a proclamar que la democracia liberal occidental será la única forma de gobierno de la humanidad y ese fenómeno constituye el fin de la historia… no habrá más disputas. La democracia liberal es ahora democracia neoliberal-globalizadora y exige el mayor espacio posible para la acción con el mínimo de restricciones en todo el planeta. Sin embargo, ya surgieron los grupos globalifóbicos que en el fondo piden que la fórmula siga siendo libertad, igualdad y fraternidad, y no sólo libertad.
Diversas concepciones tratan de conciliar los dos términos. La socialdemocracia que nace en Alemania en 1875 con el Programa de Gotha postula programas amplios de beneficio social, el derecho a la propiedad privada de los medios de producción y el fortalecimiento del Estado; no aspira a construir la sociedad sin clases, sino una sociedad igualitaria y para ello preconiza la construcción de un Estado benefactor. La democracia cristiana, por su parte, conjuga los principios del liberalismo, del socialismo y del cristianismo; cree en la posibilidad de construir un Estado de tipo socialdemócrata sobre la base de los principios contenidos en los textos sagrados y en las encíclicas papales; del liberalismo mantiene la propiedad privada de los medios de producción y del socialismo adopta los programas de beneficio social.
Después de la caída del Muro de Berlín, y para atenuar la reacción en contra, han surgido dos conceptos: liberalismo social, que propone el proyecto liberal matizado con programas de ofrecimiento de igualdad de oportunidades; y socialismo humano que proclama que se puede privilegiar la lucha por la igualdad sin atentar contra las garantías individuales. Todas esas concepciones políticas que intentan conciliar los términos configuran el fenómeno denominado: "centrismo político".
La tercera condición: todos los ciudadanos se interesan por la cosa pública en virtud de que la democracia es el gobierno de todos. De conformidad al origen de la democracia, el principio fundamental es que los hombres no sólo son seres sociales, sino sobre todo seres políticos: to zoon politikon. El que no se interesa por los asuntos de todos y no participa en la política, los griegos lo llamaron idiota. La acción política afecta al interés individual, al interés del grupo, al interés del demos, al interés del Estado, entonces cómo no participar en las decisiones que conciernen a todos y afectan en lo particular, sólo los idiotas no se percatan de ello y se abstienen.
Los romanos tradujeron polis por civitas; ésta es la ciudad y quien se interesa y trabaja por ella es un ciudadano. Tanto polites como ciudadano son conceptos que definen en voz activa al hombre en relación a la rex pública: la cosa pública, la cosa de todos; de donde deviene república, que es un estado en donde sus habitantes están interesados en los asuntos comunes. Por ello, república se identifica con democracia. El concepto de república democrática es una redundancia; significa el gobierno de todos en donde todos están interesados por lo de todos. En las democracias modernas la piedra de toque son las elecciones libres, un sistema competitivo de partidos y un sistema representativo de gobierno. La democracia constitucional consigna todos esos procedimientos y es identificada como la democracia formal frente a la democracia sustancial que mira más a la igualdad y a la libertad como hechos fácticos sociales.
A partir del interés por la cosa pública como sustento de la democracia, surgen los estudios sobre la participación política. "Desde que al tratarse de los negocios del Estado, hay quien diga:¿Qué me importa? El Estado está perdido" (Rousseau). Manuel Jiménez Parga al analizar este tema dice categóricamente "Un pueblo que huye de la política pierde el derecho a la máxima identificación de gobernantes y gobernados: pierde el derecho a la democracia". Friedrich al estudiar el problema del desinterés por la cosa pública se pregunta: ¿cómo se hará a este pueblo capaz de actuar en el mundo político? La respuesta sólo se encontrará si se halla el homo rationalis, que es el hombre que ha decidido, por virtud de la razón, participar en la comunidad, consciente de su papel y del de los demás. Como ese ser racional no existe, o existe escasamente, hay que renunciar a la democracia como una posible forma de la convivencia humana. Sin embargo, concluye, la democracia existe si, se renuncia a la creencia de que todos los hombres actúan siempre racionalmente. Del razonamiento de Friedrich se desprende que existen tres clases de hombres en la democracia: los que son hombres masas que se pierden en el devenir de la sociedad por carecer de razonamiento sobre su vida y de carácter para vivirla plenamente; los que viven la democracia como hombres de comunidad y que aceptan su forma de vida conscientemente; y los hombres plenos que fabrican la sociedad, que la transforman, que la hacen. Luego habrá hombres sociales y hombres políticos. El hombre será un animal social pero no necesariamente animal político. Los hombres no pueden vivir en sociedad sin participar de las decisiones del poder; cualquiera que sea su actitud, sus valores, sus formas de vida, se hallan inevitablemente inmersos en las esferas del poder, tanto si les gusta o no este hecho, como si toman conciencia o no de él.
La democracia será tan imperfecta como hombres tenga sin interés por el ejercicio del poder; la preocupación principal será ampliar la participación al máximo. Obviamente una democracia con un alto porcentaje de ciudadanos interesados y activos hace más difícil el gobierno, más crítico el consenso, más vulnerable el poder, pero, por ello, más excelso, más libre, más propio, más humano. Será muy sencillo gobernar a un pueblo apático y desertor, pero más difícil promoverlo a formas superiores de existencia.
Una democracia ideal se sustenta en un pueblo interesado en los negocios públicos, en un pueblo en crisis constante, en una sociedad en transformación rutinaria; y niega, por otro lado, la posibilidad de la apatía, de la deserción política, del abstencionismo. El ideal de las democracias ha sido lograr un 100% de participación y de ahí que haya surgido el término de democracia participativa para aludir al problema del interés por la cosa pública.
El pueblo participante de una democracia no comprende todo el universo de ciudadanos; amén de la existencia de grados de participación que van desde el simple hecho de depositar el voto en tiempo de elecciones hasta el desempeño de puestos dirigentes. Por otro lado, el abstencionismo abarca asimismo, una amplia gama que parte desde la abstención racional y consciente hasta los estratos que no se han enterado siquiera de que viven en un sistema democrático.
¿Por qué no se participa? ¿Quiénes se abstienen y por qué lo hacen? Para Robert Dahl existen tres razones por las que los ciudadanos se alejan de las cuestiones públicas. La primera, si el ciudadano valora poco las recompensas que puede obtener de inmiscuirse en asuntos políticos en comparación con las recompensas esperadas de otros tipos de actividad; la segunda, si el ciudadano cree que la posibilidad de influir en el curso de los acontecimientos por medio de la acción política es baja o nula; la tercera, si el ciudadano espera que la acción política lleva a resultados satisfactorios sin su intervención.
En una democracia el ciudadano es el forjador de su propia polis. Su hacer influirá decisivamente en la forma en que el poder construya el Estado democrático. Si ese sentimiento de ser creador de su propio destino es escaso o nulo, el resultado será una abstención. El sentido de eficacia política, en cambio, dará un pueblo participante. Si el ciudadano discurre en su interior: un voto más o un voto menos no cambiará la situación, estará por un lado anulándose como ser político; y por otro, estará dejando que otros decidan por él. Ni merece una vida democrática ni los beneficios del poder. El pesimismo político en una democracia lleva a la abstención: ¿para qué actuar si todo, de todos modos, quedará conformado con o sin mi intervención? La idea del hombre político es la de un ser optimista, impregnado de entusiasmo por la cosa pública, un ser de entusiasmo delirante. "Ser político -dice Francisco Javier Conde- es un modo de ser hombre, el modo pleno de serlo. La politización del animal humano es plenificación, colmar una realidad deficiente llevándola a su fin, justeza y suficiencia. Politizar es edificar en cada hombre la polis interior, que ha de trascenderse luego a sí misma y trasfundirse en orden interhumano objetivo. Politización es sencillamente perfección. El resultado de esa acción perfeccionante es el hombre moralizado en polites, el ciudadano. El polites está poseído por el nomos, es creador de orden, dentro de sí y fuera de sí, con sus acciones"
La abstención constituye el rostro fatal de la democracia, pues deja sin satisfacción a la necesidad política de que el poder se halle sustentado en un pueblo conciente de su porvenir y activo por construirlo. Empero, la democracia tiene márgenes - el objetivo por supuesto consiste en la participación de la totalidad de los ciudadanos -, ninguna democracia ha alcanzado el ideal; en términos generales, la participación oscila, de acuerdo a los estudios realizados, entre el 40 y el 85%. Puede decirse, a manera de hipótesis, que una democracia con una participación menor del cincuenta por ciento se acerca mucho a la conformación de un sistema autoritario en donde la vida política es patrimonio de la élite o de la oligarquía dominante; si la abstención es todavía mayor, digamos por ejemplo, menor del 40%, la democracia es una ficción, es lo que se ha definido como la democracia sin el pueblo. La democracia sin el pueblo es el disfraz de las tendencias oligárquicas del poder y la teoría de la representación sólo acentúa esa tendencia. Schumpeter, por esa razón, define a la democracia como la competición entre las élites por el derecho de gobernar, mediante las elecciones. La teoría de las élites preconizada por Pareto, Mosca, Michels pone el acento en la gran distancia que existe entre un pueblo abstencionista y una activa clase política con tendencias oligárquicas que son las que constituyen el síntoma más evidente de las tendencias totalitarias en el seno de las sociedades democráticas. Por otra parte, cuando la participación se acerca al 100% es seguro, que las pasiones políticas se han desbordado y el sistema se enfrente a una crisis. Será entonces la pasión la que decida el destino; la razón ha cedido y los resultados pueden esperarse catastróficos, pues la política antes que nada es una pasión razonada o una razón vivida. Ninguno de los extremos satisface la necesidad política: la abstención por carencia, el desbordamiento por exceso.
La cuarta condición: el conflicto y el disenso. Si se es libre para elegir, si se tienen los medios para actuar y si se tiene interés por la cosa pública, una democracia se enfrenta al conflicto constante: entre el mandato y la obediencia; entre el orden y el desorden; entre lo privado y lo público; entre la opinión de unos y la opinión pública; entre las ideologías imperantes y sus contrarias; entre amigos y enemigos; entre las diferentes concepciones de los fines de la acción política; entre el bien común y los bienes particulares; entre la universalización de la ley y los privilegios. Por consiguiente, la democracia es un sistema de gobierno que se mueve en medio de las luchas que nacen de la diversidad y de la divergencia de opiniones y de intereses.
La libertad genera opciones; la igualdad, aspiraciones; el interés por lo público, la participación para obtener una acción pública favorable a la opción elegida y, todo ello deviene conflicto: alternativas, radicalismo, oposiciones, enconos. Herodoto pone en boca del persa Megabizo el contexto de la Atenas democrática: "…el pueblo cierra los ojos y arremete de continuo como un toro o, quizá mejor, a manera de un impetuoso torrente que lo abate y arrastra todo. ¡Haga Dios que no los persas, sino los enemigos de los persas dejen el gobierno en manos del pueblo!
Rousseau describe así la situación "…la voluntad general siempre es la más débil, la del cuerpo ocupa el segundo rango; y la particular, el primero de todos. De suerte que en el gobierno, cada miembro se considera primeramente a sí mismo, luego como magistrado y por último como ciudadano, graduación directamente opuesta a la que exige el orden social" y más adelante concluye "…no hay gobierno que esté tan sujeto a las guerras civiles y a las agitaciones intestinas como el democrático o popular, a causa de que no hay tampoco ninguno que tienda tan continuamente a cambiar de forma, ni que exija más vigilancia y valor para sostenerse. Bajo este sistema debe el ciudadano armarse de fuerza y de constancia y repetir todos los días en el fondo de su corazón: prefiero una libertad riesgosa a una tranquilidad servil".
Por toda esta lucha de intereses, la democracia es definida como un régimen policrático. Johannes Althusius en su obra Política Methodice Digesta distingue dos formas de gobierno: "monarchicus" o "polyarchicus". Robert A. Dahl en Poliarquía retoma esa distinción y afirma que las "poliarquías son regímenes relativamente democráticos; son sistemas sustancialmente liberalizados y profundizados, es decir, muy representativos a la vez que francamente abiertos al debate público".
La quinta condición: el consenso. En la democracia todos los intereses están en conflicto y todos los contendientes pueden y deben ponerse de acuerdo, por lo que la democracia es consenso, acuerdo, negociación, pacto, concesiones de todas las partes.
El primer acuerdo democrático es que no se empleará la violencia para lograr fines políticos, que los medios de la contienda estarán establecidos en las leyes, y que habrá tribunales para dirimir controversias. A partir de este acuerdo se construyen los demás. La pregunta fundamental de esta condición es: ¿quién debe coincidir en qué con quién? para que la acción política pueda efectuarse con consenso y legitimidad.
Los acuerdos se dividen en dos: de principios generales y de cuestiones específicas. Los primeros se denominan acuerdos fundamentales para mantener el sistema democrático; y los segundos, son los específicos para hacer actuante la democracia. Así, por ejemplo, se debe estar de acuerdo con el ejercicio pleno de las libertades, en la lucha por la igualdad de condiciones, en los procedimientos de participación política, en los métodos y mecanismos de la contienda política, etc. Estos acuerdos son teleológicos o de política de Estado; los otros, lo son de política gubernamental.
Por lo tanto, el principio de que la mayoría debe decidir y la minoría debe ser tolerada es fundamental. El "mayoriteo" es democrático, ¿por qué entonces quejarnos de él?; lo antidemocrático sería el "minoriteo". Si la regla no tiene consenso habrá que ajustar el término mayoría y entonces hablar de mayoría simple o de mayoría calificada o del veto de las minorías según el asunto de que se trate.
La política democrática es incluyente, toma en consideración todos los puntos de vista, todos los intereses y configura un curso de acción. Tres preguntas pertinentes: ¿cómo agrupar las posiciones? ¿cómo seleccionar las prioridades en mundo de escasos recursos y muchas necesidades? ¿cómo proponer candidatos a puestos de representación popular? En la democracia contemporánea son los partidos políticos quienes tienen a su cargo esas funciones; son tan importantes que se habla más de partitocracia que de democracia. Los partidos políticos son las instituciones que deben generar la voluntad general a partir de la multiplicidad de intereses. En términos de Rousseau deben ir del interés individual, a los intereses particulares y de ahí al interés general que es la base de la voluntad general que permite la acción política. El voto es la validación o legitimación del sentir general. Por lo que el voto y los procesos electorales tienen un alto valor en la búsqueda del consenso y del acuerdo democrático.
A pesar de la contienda, la democracia funciona porque existe un consenso operable. Dahl y Key establecieron los seis postulados del consenso democrático. Primero: los políticos pueden llegar a acuerdos sobre normas abstractas y normas operativas; segundo, los ciudadanos políticamente activos coinciden acerca de las normas más abstractas de la conducta democrática; tercero, los ciudadanos políticamente no interesados coinciden en las normas más abstractas y disienten acerca de las aplicaciones específicas de estas normas; cuarto, respecto a los problemas que no son de procedimiento y surgen constantemente acerca de cuestiones sustanciales de política pública, la distribución del consenso no afecta la estructura total; quinto, existe una apreciable cantidad de problemas sustanciales que son objeto de acuerdo entre el electorado y entre las políticos; sexto, el sistema funciona, en época normal, porque los participantes son las mismas personas que tienen el mayor peso en la discusión y resolución de los problemas, y porque no existe ningún segmento considerable de la población, alienado de los asuntos públicos.
De esta condición, se habla de la democracia consociacional respecto del gobierno de sociedades profundamente divididas por diferencias religiosas, ideológicas, lingüísticas, regionales, culturales, raciales, que forman segmentos claramente separados. Se define en términos de cuatro principios básicos: coalición en el poder ejecutivo; un elevado grado de autonomía de cada segmento social; proporcionalidad en el legislativo y en la asignación de fondos públicos; y, veto de las minorías. Existen actualmente ejemplos de democracias consociacionales: en Bélgica y Canadá en lo referente a la cuestión lingüística; en Suiza, en la mayoría de los cantones que tiene ejecutivos de poder compartido.
La sexta condición es la tolerancia. Es el reconocimiento de los demás como personas libres e iguales, con el derecho a expresar sus opiniones y a actuar de acuerdo con ellas, en la medida que no impidan el ejercicio del mismo derecho de los demás. La tolerancia hace posible la convivencia en libertad; cesa allí donde no se tiene en cuenta los derechos de los demás; pero se consuma en la manifestación viva del interés por otras formas de vida.
La tolerancia, como virtud democrática, se expresa en la garantía jurídica de los derechos fundamentales: libertad religiosa, ideológica, de conciencia y de expresión. La democracia que siempre es pluralista no puede mantener su organización sociopolítica más que respetando como legítimas la pluralidad de confesiones, de cosmovisiones y programas políticos. Al mismo tiempo, al plasmarse como realidad social y política protege de las represiones y discriminaciones a las minorías, a los perdedores de las contiendas políticas y a los grupos marginados y aislados.
La tolerancia incluye en su definición la posibilidad de crítica, de protesta y de constante polémica con otras concepciones de la vida. En oposición a un enfrentamiento directo, abre un espacio de libertad en el que pueden expresarse objetivamente los conflictos y discutirse racionalmente las opiniones enfrentadas.
En términos de la contienda política, es la virtud más característica de la democracia pluralista. Que los perdedores permitan que los que ganaron, gobiernen; que los ganadores permitan, que los perdedores sobrevivan, se repongan y vuelvan con renovados bríos a la contienda.
La tolerancia política democrática establece que el competidor o contrincante no es un enemigo, sino simplemente el otro; y pasada la lucha, no hay ni unos ni otros, sino un nosotros. Por ello, la tolerancia democrática postula que en la contienda se polemiza entre partidos o sectores contrarios; después, de acuerdo a los resultados, se negocia y se pacta; y, finalmente, se construye la convivencia sobre nuevas bases, y se actúa en cooperación para más adelante iniciar otro ciclo.
Karl Popper en su obra La sociedad abierta y sus enemigos establece que el conocimiento humano no es episteme: saber cierto y verdadero; sino doxa, saber conjetural y, por lo tanto, toda concepción es falible y con la falibilidad como consustancial al quehacer político aparece la tolerancia y el pluralismo crítico, al concederse la posibilidad de que el otro pueda tener razón. Popper propone un ejercicio de pluralismo para establecer una sociedad policéntrica y competitiva, basada en la multiplicidad de posiciones teóricas y prácticas que, al interactuar racionalmente, producen tolerancia. Ésta entonces se vuelve una virtud para la coexistencia. Sostiene que debemos estar orgullosos de no poseer sólo una idea, sino de poseer muchas ideas buenas y malas. El monolitismo no es democrático, aceptarlo significaría el final de la democracia y su sometimiento incondicional a la idea totalitaria.
Siendo la democracia un sistema abierto, está expuesta a las tendencias oligárquicas de los gobernantes y a las tendencias autoritarias de los gobernados, por lo que se debe establecer una "intolerancia contra los intolerantes". Si la tolerancia es ilimitada probablemente los intolerantes destruyan a los tolerantes y con ello a la tolerancia. En consecuencia, considera que no se debe permitir bajo ninguna circunstancia el ataque de los intolerantes a la sociedad abierta. Es una divisa democrática "no tolerar a los intolerantes". Debemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro y al tráfico de esclavos.
Para Bobbio la intolerancia nace de los prejuicios. Estos se clasifican en tres: el prejuicio de carácter nacional o regional; el de clase social; y el peor, el prejuicio racial. Los tres producen discriminaciones y deben ser neutralizados a través de una cultura democrática basada en la tolerancia. El prejuicio puede ir desde la apatía hacia el que es diferente, hasta la persecución sistemática, en su versión más extrema. Bobbio identifica ocho tipos de discriminación: religiosa, racial, lingüística, respecto al sexo, respecto a los enfermos de la mente, respecto a la homosexualidad, respecto a las opiniones políticas, y respecto a las condiciones personales y sociales. La igualdad obliga a evitar cualquier discriminación, mientras exista ésta, la democracia está imperfecta o es defectuosa.
La democracia griega fue una democracia directa basada en la participación real de los ciudadanos en su gobierno. Sartori sostiene que la democracia moderna es diferente, no se fundamenta en la participación, sino en la representación; no supone el ejercicio directo del poder, sino la delegación de éste; no es, en resumen, un sistema de autogobierno, sino un sistema de limitación y control del gobierno. Para los griegos, la democracia era literalmente entendida como una forma posible de gobierno; para el mundo actual, en cambio, es una forma imposible
La democracia se constituye y se opera con demócratas. Se es demócrata si se es libre; si se es igual; si se tiene conciencia y responsabilidad frente a los asuntos públicos; si se tiene energía para luchar por las convicciones propias y se respeta a las ajenas; si se tiene amplitud de criterio para pactar continuamente la marcha del gobierno; si se es tolerante para convivir y cooperar con los que no piensan ni actúan igual.
Juan Jacobo Rousseau termina su estudio sobre la democracia de esta manera: "Si hubiera un pueblo de dioses, se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan perfecto no conviene a los hombres".
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