EL MARTES NEGRO Y EL SEGUNDO DEBATE (MEXICO, 2000)
Los duelistas.
Qué le vamos a hacer
ETCETERA. Jueves 1 de
junio de 2000. número 383. Adrián Acosta Silva
La semana pasada fue una larga semana. Comenzó el domingo 21 con el anuncio de que el debate programado para el martes 23 no se realizaría, para luego tener ese mismo día un espectáculo frente a la televisión protagonizado por los candidatos presidenciales de las tres grandes fuerzas políticas y siguió con el anuncio, el miércoles, de que siempre sí se realizaría el debate el viernes. Finalmente, luego del show de caprichos, rabietas y antipolítica que ofrecieron los candidatos, el 26 se realizó un debate que, por lo observado en el primero, y los antecedentes inmediatos del segundo, hacía pensar que nada peor podría ofrecerse a los ciudadanos luego de los despropósitos en que habían incurrido los candidatos a lo largo de la agitada e intensa semana pasada.
El segundo debate podría representar la debacle de alguno de los candidatos, en especial de Fox. Sin embargo, el recuento de los daños del martes negro del guanajuatense hizo seguramente recapacitar a Fox y a sus asesores, que prepararon una participación centrada en tratar de defender las ocurrencias y cerrazones del candidato panista. Para Cárdenas, el candidato que se convirtió por razones de azar y contexto, en el efímero "candidato bisagra" de la semana pasada, logró repuntar de manera importante en las encuestas levantadas el miércoles y jueves, y la celebración del segundo debate significó un logro importante, un triunfo personal que sacudió la impresión de que su candidatura era el ocaso de su carrera política. Para Labastida, gris beneficiario de la escaramuza de la semana pasada, el segundo debate podía ser la oportunidad de rematar pública y políticamente a Fox, y tomar una ventaja que a estas alturas de las campañas podía ser tomada como definitiva.
Un Fox agresivo, un Labastida cuidadoso y un Cárdenas reiterativo constituyen parte de los saldos del segundo debate. Fox, hábilmente, logró hacer de su derrota del martes pasado un activo más de su carácter "necio", y también puso en aprietos a Labastida y Cárdenas con el efectismo de la entrega de las "llaves" del Fobaproa al moderador del programa y la reiteración de los 70 años en el poder del PRI. Sin embargo, una ventaja relativa lograda en el primer debate se desvaneció en el segundo: su capacidad de mirar a las cámaras y de no leer, algo que le hizo perder fuerza en varias de sus aseveraciones.
Labastida fue más cuidadoso y menos visceral que en el primer debate. Centrado en las propuestas y no en las descalificaciones, el candidato del PRI intentó explicar, sin mucho éxito, las razones de la continuidad priista, y de convencer, enfáticamente, que ahora sí podríamos ver un cambio sustancial en las políticas gubernamentales y sociales del PRI en el gobierno, "un cambio con rumbo". Sin embargo, entre las acusaciones e ironías que le lanzaron Fox y Cárdenas, Labastida se convirtió en rehén de sus propias palabras, al deslindarse de los gobiernos anteriores y aceptar discutir, incluso, pasajes y hechos de su propia biografía política.
Cárdenas, situado como el gran ganador de la semana pasada, llegó al debate con dos propósitos claros: deslindarse del PRI y atacar a Fox. Para lo primero, el ingeniero sacó de su vieja chistera el argumento del "salinato" para atacar a Labastida, el mismo que le ha permitido acumular un capital político importante entre los electores y asegurado cohesión y liderazgo entre las varias tribus y corrientes del PRD. Sin embargo, la acusación que hizo a Labastida, por demás gastada, seguramente le hizo perder el interés y atención de muchos que creían que el viejo, reiterativo y amargado discurso antisalinista de Cárdenas era cosa del pasado. Para Fox, el candidato de la Alianza por México no tuvo más que descalificaciones de mentiroso y caprichoso.
Más allá de los gustos y las fobias que suscitó cada uno de los candidatos entre los ciudadanos y entre los medios, la realización del segundo debate fue un acontecimiento importante que inyectará más elementos de decisión a los electores el 2 de julio, y que apunta a convertir al debate en parte importante del lento proceso de institucionalización de los rasgos de la democracia electoral mexicana. Las secuelas inmediatas del debate, las que impone la dictadura de la coyuntura, ya están visibles, reconocibles: Fox recuperó popularidad y simpatías perdidas, Labastida parece estar en condiciones de recuperar votos, y Cárdenas de consolidar su papel como tercera fuerza electoral, sin posibilidades de triunfo. La feria de las acusaciones, las recriminaciones y hasta de los insultos se incrementó devolviendo a las campañas el nivel que tenían antes del debate, es decir, un poco más arriba del suelo. Los duelistas del viernes sacaron las viejas mañas y los nuevos golpes, ante la mirada complaciente y divertida del big brother televisivo, que mostró a la política como un instrumento más del espectáculo, transmitido a millones de ciudadanos, pero también indiferente al interés y preocupaciones de muchos millones más.
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