Último asalto. Manuel Alcántara 19/10/00
Es de suponer que millones de norteamericanos estén lamentando tener que escoger entre lo que hay: Al Gore o George Bush. Una oferta limitadísima que se ven obligados a aceptar ante la imposibilidad de elegir a Jefferson o, para no ir tan lejos, a Kennedy. Aún no han decidido los votantes quién será el emperador. Si el combate se fallara ahora su resultado sería 'match' nulo, pero queda el asalto final, que es el último debate televisado.
La telegenia será más importante que la ideología. Una corbata bien elegida, una sonrisa a tiempo, un improbable rasgo de ingenio, pueden ser decisivos. Mejor dicho, lo habrán sido, porque el debate ya se ha celebrado a estas horas. Dicen que el vicepresidente recuerda bastante a un telepredicador, capaz de aburrir a las ovejas churras en la misma proporción que a las merinas. Tiene tendencia a dar cifras y a dar besos. Aún se recuerda el que le asestó a su mujer. Un beso de tornillo que le hizo poner a su señora una indisimulable expresión de asombro, como preguntándose por qué su marido no la habría besado nunca en privado del impetuoso modo con que lo hacía en público. Estas cosas tienen más importancia de lo que parece de cara a las urnas. Recuerdo que un candidato, hace unos años, acumuló muchos votos, aunque no los suficientes, gracias a una fotografía en la que apareció con las piernas cruzadas y un boquete en la suela del zapato. Aquello le hizo caer simpático entre los que pasan dificultades económicas, que son muchos, y entre los austeros, que son muy pocos. El estilo de Bush es distinto. El candidato republicano repite y repite su programa, también bastante aburridor.
Así llevan más de un año y se sospecha que después de varios mano a mano se han tenido que hacer amigos. La victoria será para el que mejor prometa conseguir la paz en el Cercano Oriente. El relativo éxito de Clinton es un fracaso. Israelíes y palestinos se empeñan en ignorar los acuerdos diplomáticos suscritos en Egipto y en Belén están a tiro limpio.
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