Es la tendencia a mostrarse alegre, jovial, agudo e irónico. El humor en política puede tener varios usos:
Es una manera de enfrentar un cargo, un defecto o una deficiencia mediante la broma que trata de suplicar el perdón, de modo que al reconocer la falta se intenta convertirla en ventaja, por ejemplo, se puede bromear acerca de la fealdad, como se dice que lo hacía el Presidente Díaz Ordaz, de triste memoria por la matanza de estudiantes en 1968: "no soy un político de dos caras, porque si tuviera otra, no usaría ésta". Kennedy refutó así las críticas por haber nombrado Procurador a su joven hermano Robert: "No veo nada de malo en darle una oportunidad para que adquiera alguna experiencia legal antes de que se vaya a practicar la abogacía". El propósito de esta clase de humor es cambiar de tema, desarmar la crítica, mostrar que no se le teme y restarle importancia. Es una manera de distraer, de hacer aparecer como trivial lo que puede ser trascendental.
Por otra parte, durante las elecciones sirve para ridiculizar al oponente. Las campañas son tediosas, un poco de humor las libera. En Estados Unidos, una investigación encontró que los mensajes humorísticos tienen un índice de recordación 17% más alto y son 58% más persuasivos que otro tipo de anuncios. El problema es que siempre se corre el riesgo de caer en la vulgaridad y superficialidad; el humor debe ser inteligente y dejar al público que haga la interpretación humorística, de lo contrario, sólo se trivializa a la política y también a los candidatos. Puede causar la indignación si se utiliza en situaciones que requieren de seriedad y solemnidad.
Además, no a todos les queda usarlo y si no es fino puede recibir el rechazo de los electores más informados que son los que acuden más a las urnas, así como de los periodistas más responsables. El chiste fácil y grosero sólo hace reír a los más rústicos que frecuentemente no votan.
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